Los vagones del metro cargan un México anónimo
Silenciosa caravana cansada de estar cansada
Bocas mudas cargadas
de silencios
Miradas que ven desfilar su juventud
Llagas proletarias sin indemnización
Las cabezas cuelgan desbocadas
El pestañazo descanso antes del cierre de puertas
Transe entre mundos que no se enteran
Moribundo placer mediático
Tajante mezquindad hacia las disimuladas almas
El circo masoquista de los jóvenes derrotados
El transito suicida de los ciegos arrojados
El vagón apartado para damas y niños
Dicen que la histeria unida jamás será vencida
Favores al imperio bucólico que alimenta atrasos mentales
El indígena invisible en el rincón que le han dado
Moribundo por los gases metropolitanos
Descalzo y sin voz para cantar tus miserias
Acostumbrado a la palpitante indiferencia de los que llevan
zapatos
Asumido lugar que le
trajo la derrota de sus dioses
Mercado nómade de hombres parlantes y plásticas novedades
Pequeños adultos vendiendo paletitas enchiladas
Melodías por una moneda desafinada
Parte del paisaje empírico del vagón
Diez pesos le vale diez pesos le cuesta
Una anciana con cuerpo de niña y ojos de cristal
Canta la misericordiosa melodía del hambre
Su silbido aunque apagado resuena en las paredes
Canción de cuna para los hijos del cemento malhumorado
El vagón se inunda de flores marchitas
Infantes correteando por los
pisos
Habitan la casa de un gigante gusano metálico
Soles apagados sin biberón ni juguetitos
Allí crecen sin cometas ni vientos que los pretendan
Allí la humanidad madura sus frutos desfigurados
La serpiente férrea lleva carga completa
A dónde van esos cuerpos fatigados
Espíritus enjaulados en yuxtaposición
Qué consuelos albergan sus condenas
Saben acaso que son
estrellas
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