El arte, ante todo este neo-colonialismo, es la esperanza de lo propio. La necesidad de perpetuar la decisión de ser libres y plenos, ante un sistema que nos quiere tristes y amargados. Pero también es más profundo que eso, es la dicotomía entre nuestro ser vulgar y nuestro ser divino, es la conexión al mundo de los espejos profundos de nuestra esencia.
El arte, la esperanza de lo nuestro, de lo que se cultiva original y colectivamente, como una manera de resistir a la despersonalización que trae consigo el sistema neoliberal. El arte también como una forma de resistirse a ciertos nacionalismos que más que expresiones de libertad son casilleros y jaulas mentales que promueven ciertas violencias instaladas.
El arte de los pueblos, de las tribus, siempre ha sido la única e invencible frontera que no ha podido vencer el hombre blanco. Porque resuena como el eco del pasado, desde esa otredad, que nunca podrá callarse porque es la que lleva cantando más tiempo en este continente.
Por ello creo que ¡el arte nos hará libres!